Entonces vino el remolcador a sumergir de entre las
tinieblas cual conejo que quiere reprobar la crema producida por un racimo de
uvas. El camión que las llevaba se dirigía a la librería puesto que quería ser
consciente de las noticias que estaban acechando al mundo. De forma que cogió
su peine y se dispuso a observar el panorama que tenía ante sí. Había viajado
mucho, así que primero pensó en construirse un iglú para así poder completar la
hazaña que le competía.
Una vez construido el habitáculo, decidió prepararse la
cena. Sin embargo, en ese momento se dio cuenta de que había edificado su
habitación junto a un tranvía y una mujer le pidió a gritos que se marchase
cuanto antes.
Llegada esta situación, el protagonista de nuestra historia decidió
tomarse un antiácido para no acordarse de su familia, que vivía en un lugar que
no quiero mencionar en estos momentos, ya que no viene a cuento.
Al volver en sí, cogió el microscopio que tenia a mano y lo
tiró por la enredadera de la casa de alado. Fue entonces cuando una cigüeña que
pasaba por ahí, se asustó y, sin querer, arrojó al locutor de esta historia por
la ventana. Por suerte, era Navidad y justo estaba pasando Papá Noel, quien en
un momento de grandeza, se dispuso a operar al susodicho.
De mientras, una muchedumbre que pasaba por ahí se puso en
fila, para ver si Papá Noel les ubicaba donde estaba su morada en el mapa. Por
desgracia, vino un coche por detrás y acabo arrollando a todos al mar. Menos
mal que justo en ese momento apareció la Cruz Roja y pudo salvarlos a todos sin
tener que desnudar a nadie. Como obsequio, los heridos decidieron regalarles
una trompeta a los médicos.
Como sacrificio final el camionero de esta historia, decidió
hundirse en el fango, ya que por su culpa se produjo una devastación apoteósica.
No resulta curioso, que estaba este a punto de suicidarse, cuando de repente
suena la alarma y se despierta de tal horrible sueño al que había sucumbido,
pues se había dormido borracho.
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